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mayo 19, 2003

¿Do you speak english?
Me siento como disco rayado cada semestre, cuando al asignar algunas lecturas en la clase siguiente la queja general es que: “no lo leí porque estaba en inglés”, y yo contesto: “Y? Eso no puede ser disculpa. Por qué creen que la Universidad está exigiendo la competencia lectora en inglés?, no es por darle trabajo a los dictan cursos sino simplemente porque es una necesidad indispensable e inaplazable...”
No es poco lo que puede decirse de esta actual imposición mundial, sobre las razones por las que el inglés es la lengua franca hoy, tal como lo fue el latín en la Edad Media. No quiero desconocer esas razones ni negar el reclamo incesante que otras comunidades lingüísticas hacen por la amenaza que esto representa para las minorías. Quiero expresar mi opinión como profesional en bibliotecología sobre esta imposición.

Primero reconozco que se trata justamente de eso, de una imposición. No hubo nunca un consenso internacional que eligiera al inglés como lengua franca, ni nada por el estilo. De la misma manera que no hay un consenso que haya elegido a los Estados Unidos de América como modelo y autoridad internacional, pero así como se abrogan el derecho de presentar informes en los que califican a otros países e iniciar guerras según su insigne criterio, han logrado imponer al mundo su idioma como idioma oficial internacional. Sin embargo las razones de esta imposición son más explicables que la otras, aunque tengan las mismas raíces: mientras que la comunidad internacional no logre establecer un ámbito legitimo de legalidad, reinará entre los países la ley del más fuerte y, ¿hay decirlo?, ellos son los más fuertes y como tales ejercen ese poder.

Pero decía que hay razones presentables e incluso aceptables para acceder a esta imposición, que a diferencia de tantas otras, puede traer muchos beneficios. La principal y más conocida es el desarrollo de las ciencias (todas ellas) en los países de habla inglesa: esto se mide en número de científicos, de centros de investigación, de patentes y en consecuencia de publicaciones. Ahora, es posible que estos resultados se deriven justamente de la imposición y no que la imposición se justifique por ellos, pero creo hay que estrujar mucho los datos para presentarlo así. Como sea hoy por hoy “la ciencia habla en inglés” y a más de eso los medios también: no se puede ser un “usuario avanzado” de la Internet o de la televisión por cable sino se sabe, al menos leer y entender el inglés (otra cosa es escribirlo y hablarlo).

Así que dadas esas circunstancias es más fácil y útil aprenderlo que intentar llevar a cabo programas de traducción extensiva e intensiva que a la larga y en medidas generales resultan más cotosos. Me explico, para un estudiante es más fácil ponerle un traductor automático al texto que encargo la profe que hacer un curso de inglés, pero a un país es más efectivo imponer el aprendizaje de esta segunda lengua que establecer un sistema de traducción paralelo al sistema de información nacional.

Por eso antes que oponerme a la imposición con razones comunitaristas, prefiero adherirme a quienes están exigiendo que a cambio de esa imposición y para igualar los beneficios que tiene un ciudadano cuya lengua madre es el inglés, que los países de habla inglesa hagan contraprestaciones a los demás países como la de reducir los derechos patrimoniales de autor de sus publicaciones. Les decimos: como ustedes se están ahorrando todo lo que los demás países debemos invertir en aprender inglés, pues reduzcan y supriman los costos que la compra de la información tiene para nosotros. Suena imposible pero es menos inocente que esperar el mundo retroceda y el inglés deje de ser lo que ya es.

Finalmente todo profesional o académico o ciudadano, comprenderá que es mejor hacer una inversión a mediano plazo en aprenderlo que depender de los servicios de traducción que suman costos en tiempo y dinero más altos en comparación con el aprendizaje porque hay que realizarlos cada vez. Para completar nosotros no sólo somos profesionales, académicos y ciudadanos, somos justamente bibliotecólogos esto nos obliga a ser usuarios expertos, a ser mediadores entre la información y los lectores, y cómo es posible hacerlo si ante un texto en inglés tenemos que recurrir a un traductor porque no entendemos nada, eso sólo sumaría una carencia más a la larga diatriba que nos hace la sociedad: “estos bibliotecólogos: no leen nada, no saben escribir, no saben de tecnologías y para completar no saben inglés!”.

Estamos concientes del cambio que debemos realizar en nuestro quehacer, que no en nuestro perfil que sigue en sus bases intacto, y asumir junto con todas las demás exigencias la de tener una competencia comunicativa alta en inglés, seguro con eso podremos sacarle provecho a la imposición, conociendo más y mejor a quienes nos dominan y exigiendo la dignidad y el reconocimiento que merecemos, exigencia que, paradójicamente, tendremos que hacer en inglés para que pueda ser oída.

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